Nos enfrentamos a múltiples problemas. Es complicado determinar por dónde empezar. Cuando nos reunimos por primera vez nos parecía imposible encontrar un punto de inicio.
Para las que somos personas refugiadas o indocumentadas, el mero hecho de vivir en Berlín ya es una lucha constante debido a que las posibilidades de alojamiento son escasas y caras. Solo se permite la asistencia médica en caso de urgencias, lo que complica la vida cotidiana por la preocupación constante por no caer enferma. El mercado laboral, a pesar de ser la base de la vida, se nos cierra. Se nos obliga regularmente a recurrir a trabajos precarios y peligrosos para poder subsistir y mantener cierto nivel de independencia. La educación, entendida como la oportunidad de mejorar nuestras condiciones de vida y nuestra comprensión del mundo (y pilar básico del pensamiento democrático) se nos bloquea, lo que restringe la capacidad de cambiar nuestra vida gracias a ese recurso. Y, por si fuera poco, la amenaza de la deportación planea como una sombra constante, hasta el punto de que ese miedo define nuestra vida cotidiana.
El acceso a los servicios municipales está lleno de obstáculos, y esto crea una ciudad dividida. A pesar de haber cruzado la frontera, Berlín sigue siendo una ciudad llena de divisiones y límites para las que somos personas refugiadas o indocumentadas. Nuestros movimientos y nuestros sueños están cercenados.
¿Cómo podemos avanzar? ¿Por dónde empezamos a romper los límites y las fronteras? Nos hemos cuestionado esto muchas veces y, tras mucho debatir, hemos decidido desarrollar una estrategia que garantice el acceso a la asistencia sanitaria. En esta decisión influyeron las voces de aquellas personas cuyo acceso a la asistencia médica se deniega o se limita.
No somos ni políticas ni tecnócratas, pero somos la ciudadanía sobre la que se apoya la democracia. Queremos cambiar las cosas sin esperar a que “alguien” las cambie por nosotras.
Comenzamos a recopilar información en base a la experiencia de las personas de nuestro grupo. Hablamos con la gente de nuestro entorno y nuestras redes sociales para saber cómo es el acceso a la asistencia sanitaria para ellas. Tras esto, nos informamos sobre la legislación y sobre los pasos que se han dado en otras ciudades y, en base a eso, propusimos a las personas afectadas por las fronteras y los vacíos de nuestra ciudad algunas ideas que podrían funcionar. Debatimos las propuestas, las cuestionamos, las modificamos y descartamos algunas. Al final del debate, concluimos que teníamos una reivindicación.
Nuestra primera reivindicación es:
Queremos que la ciudad de Berlín distribuya una tarjeta sanitaria anónima. Debe ser anónima para garantizar la seguridad de las personas bajo amenaza de deportación. Esta tarjeta debe proporcionar los mismos servicios que cualquier seguro médico (Regelversorgung). Nos oponemos a cualquier tipo de limitación de los tratamientos médicos disponibles.
Esto implica que la tarjeta debe cubrir tratamientos tanto físicos como mentales.
La tarjeta debe estar disponible a la llegada a la ciudad para cualquiera que la necesite, sin importar su estatus: personas refugiadas, indocumentadas, de otras partes de Europa que no tengan asistencia sanitaria e incluso residentes locales que no estén dentro del sistema.
Debería existir un servicio de intérpretes médicos si así se solicita. De lo contrario, el servicio sanitario seguiría siendo inaccesible.
Cualquier servicio sanitario que se provea debe ser completo. Una queja común de aquellas personas con las que hablamos fue que algunos proveedores sanitarios ofrecían un servicio parcial o mostrando escaso interés. Además del idioma como una posible barrera en este contexto, el racismo estructural es probablemente uno de los factores que provocan estos problemas.
Los proveedores sanitarios deberían estar formados para tratar a todas las personas con la sensibilidad y dedicación necesarias, sin importar la procedencia del paciente. Para asegurar que esto se cumple, se debería adoptar un sistema que recoja las quejas de los usuarios.
Sin embargo, que se nos haya ocurrido una solución al problema no implica que el gobierno la vaya a aceptar fácilmente. Debemos ejercer presión política.